Cuando nos llegan miles de impactos informativos que no tenemos la capacidad de procesar, es cuando podemos asegurar de que nos encontramos irremediablemente inmersos en un proceso de infoxicación.
Digamos que abrimos Google, realizamos una búsqueda y éste servicio nos arroja 420.000 tentativas que versan sobre lo que estábamos buscando.
¿Quién se dedicará a leer cada uno de los resultados por más afán que éste tenga?
La respuesta es que nadie lo hará.
Nos limitaremos a las primeras sugerencias y a lo mucho llegaremos a la tercera página de recomendaciones.
Igual ocurre con la red social Facebook, abrimos nuestro perfil, nos dirigimos a nuestro reporte de novedades y listo.
A partir de ese instante nos encontraremos expuestos a más de 3.000 publicaciones diarias provistas bien por nuestros contactos, páginas a las que nos hemos subscrito (Likes), publicaciones de algún grupo en el que participamos, publicaciones recomendadas por el «edgerank» y como es de esperarse, no quedará por fuera de éstos reportes, la publicidad que ha sido contratada para que llegue a nosotros, acorde a nuestros patrones de navegación, perfil y preferencias.
Seguidamente entramos a Twitter y la acción de «scrolling» inmediatamente comenzará a hipnotizarnos para que estemos al tanto de todo lo que ocurre en el mundo, otorgándole minutos que se transforman en horas sin darnos cuenta.
Si le sumamos a este escenario las millones de fotografías que se encuentran en Instagram, nuestras conversaciones en WhatsApp, las lecturas que hacemos de un blog y las visitas que realizamos en ocasiones a una página web, pues sencillamente cabe preguntarse:
¿Puede nuestra mente lidiar con todo este Tsunami informativo?
No.
Sin embargo; al haber adquirido un dispositivo ultra moderno y pagado por un plan para mantenernos enlazados con el mundo pues nos persuadiremos lo suficiente como para decirnos a nosotros mismos que si, que si podemos sortear la información abrumadora que existe porque para algo hicimos esta inversión.
Es mi tiempo, es mi muro, es mi derecho, es mi forma de ser, es mi…
El punto es que la tecnología de hoy; nos ha cautivado tanto, que el ser humano que somos al verse tan hábilmente atraído, ya no puede dejar de sentirse indexado a una realidad virtual que coexiste con su tiempo real.
Somos la persona que interactúa con el dispositivo y somos esa otra persona que ha sido creada por un lenguaje de programación.
Ahora bien; sabiendo que resulta inusual que nosotros como gente que se dedica a las áreas de la publicidad y de la mercadotecnia, de pronto nos ocupemos en escribir sobre este particular desde un punto de vista personal y no impersonal (Tan frío como hace toda empresa ante un valor estadístico); por lo que destacamos que simplemente deseamos compartir una fracción de nuestras inquietudes al respecto.
En más de una oportunidad, hemos reparado en el hecho de que no sabemos con precisión, si le estamos hablando al ser humano al que antes le hacíamos llegar un mensaje a través de un medio de comunicación tradicional o le estamos hablando a un reflejo o proyección del mismo.
Otrora, se corrían las páginas de un periódico en las manos de un lector, se alternaban canales de televisión en nuestros planes de medios para pautar un comercial en un programa determinado, se elaboraban piezas gráficas como una simple tarjeta de presentación con el fin de promover un beneficio o reforzar una identidad pero ahora esta forma de interacción no existe más.
Un espectador puede estar viendo un canal de televisión de Italia, un lector leyendo noticias locales pero redactadas por un diario en Londres y un comprador realizando una transacción sin nunca haber sentido la textura de una tarjeta de presentación de su intermediario (Lo que es perfectamente comprensible)
Sin embargo; por estos predios, observamos también con detenimiento como las grandes corporaciones que manejan la Internet, no se limitan solo a proveer información sino que están conduciendo a las personas hacia donde ellos quieren.
Esta apreciación la establecemos a causa del uso de los bots, en razón de que para manejarse ante una dimensión de personas inconmensurables en sus acciones, resulta inviable que sea un equipo humano quien se ocupe de las mismas y en su lugar, ésta tarea se encuentre delegada a rutinas de programación especialmente diseñadas para manejar el tráfico que se mueve en la red. Tráfico que tiene sentimientos, necesidades y emociones pero «llevado» por un conjunto de algoritmos que coartan el libre ejercicio de nuestra voluntad.
¿Yo decido lo que quiero ver o estoy siendo influenciado por un software que está decidiendo por mi?
Quienes conocemos un poco sobre bases de datos, entendemos que éstas desde hace mucho dejaron de ser un simple registro estático de información para convertirse en contenidos dinámicos para satisfacer un fin mercadotécnico en tiempo real.
¿Qué haces? ¿En dónde te encuentras? ¿Quienes conforman tu grupo familiar? ¿Qué contenidos compartes? ¿Cual es tu sexo? ¿Qué es lo que dejas de decir? ¿Mientes? ¿Cuáles son tus preferencias sexuales? ¿Qué páginas visitas? ¿A quién le escribes? ¿Quién te sigue y a quién sigues? ¿Cuál es tu edad? ¿Cuáles son tus creencias? ¿Tus dudas? ¿Tu capacidad de compra? ¿Tus vicios? ¿Tus fortalezas? ¿Tus debilidades? ¿Tus contactos? ¿Los productos que utilizas? ¿Necesitas de aceptación? ¿Cuáles son tus sueños y ambiciones? ¿Lees con atención o simplemente reaccionas de manera compulsiva?
¿Realmente podemos decir que todos estos servicios «GRATUITOS», no están haciendo uso de una estrategia de fondo?
En conclusión; nos encontramos ante una era en que la información en exceso está siendo utilizada para atomizar nuestra capacidad de razonamiento y conseguir con ello; que nosotros los usuarios de la Internet y de las redes sociales, les obsequiemos a estas empresas, algo más que nuestro preciado tiempo.
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